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“Las emociones no pueden ser evitadas, pero sí gestionadas”

Como mujer que equilibra la vida profesional, la maternidad y el liderazgo, reconozco que el estrés es un acompañante constante en el día a día. La presión de cumplir con plazos en el trabajo, ser una madre presente y liderar con eficacia puede convertirse en una carga emocional que, si no se maneja adecuadamente, afecta tanto la mente como el cuerpo. Lo que muchas veces olvidamos es que nuestras emociones no solo influyen en el estado de ánimo, sino que también tienen un impacto bioquímico profundo y duradero en nuestro organismo.

Según estudios científicos, bastan apenas 90 segundos de mantener emociones negativas como estrés, ira o ansiedad para alterar nuestra bioquímica corporal durante horas. Durante este tiempo, el cortisol, conocido como la "hormona del estrés", permanece circulando por nuestro sistema, causando estragos en la salud: aumenta la tensión arterial, acelera el ritmo cardíaco y debilita el sistema inmunológico. ¿El resultado? Un cuerpo acidificado que se vuelve más propenso a enfermedades.


En el mundo acelerado en el que vivimos, el tiempo es un lujo. Como madre, abogada y líder, no siempre puedo detenerme para hacer una pausa consciente ante una situación que genera frustración o ansiedad. Sin embargo, la ciencia nos deja una lección clara: si no gestionamos nuestras emociones, pagaremos un precio físico y emocional elevado.


El problema es que, a diferencia de apagar una computadora, el cuerpo no recupera su estado de equilibrio de inmediato después de un episodio de ira o estrés. La neurociencia señala que pueden pasar hasta siete horas o más para que el organismo vuelva a un estado de calma. Esto significa que un mal momento en la mañana puede ensombrecer todo el día si no tomamos medidas para revertirlo.


Aquí es donde entra en juego la gestión emocional. Aunque pueda parecer una utopía en medio de las responsabilidades diarias, pequeñas prácticas como la respiración profunda, la meditación o simplemente una pausa para caminar pueden marcar la diferencia. Personalmente, he encontrado que dedicar incluso tres minutos a respirar conscientemente ayuda a reducir la intensidad de mis emociones y me permite responder en lugar de reaccionar.

La cultura profesional nos ha enseñado a ser productivas, eficientes y fuertes. Pero debemos recordar que la verdadera fortaleza también reside en cuidar de nuestra salud emocional. Si queremos seguir liderando, amando y creciendo, necesitamos priorizar nuestro bienestar. Aprender a gestionar el estrés no es un lujo, sino una herramienta de supervivencia.


Las emociones no pueden ser evitadas, pero sí gestionadas. Si bien el mundo no se detendrá para darnos una tregua, somos responsables de encontrar la calma en medio del caos. Como mujeres ocupadas, es una inversión imprescindible para una vida equilibrada y, sobre todo, saludable.


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DIRECTOR GENERAL FRANCISCO HIDALGO

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