“La felicidad real requiere mucho menos de lo que crees”
- Courtney Carver
Hace unos días vi la imagen de una taza que tenía grabada la siguiente frase: “claro que puedo con todo; pero primero voy a llorar”.
Debo confesar que me resonó mucho. Mi faceta de súper mamá 4x4 se la quiso apropiar y estuve a punto de publicarla en mis redes y poner “sí soy”. Pero no soy, ya no soy, ni soy súper mamá, ni puedo con todo. Y aún hay algo más profundo y disruptivo que ha surgido en mí y que posiblemente también sea disruptivo para nuestros tiempos de alta exigencia por cubrirlo todo; y es que “no solo no puedo con todo, sino que no quiero poderlo todo”.
Y pido perdón a la taza, pero tampoco abrazo al llanto como medida de autocompasión estoica, en un intento de apapacho para callar los reclamos de la consciencia y del alma, porque es la vida que me tocó vivir y no la puedo, ni la quiero cambiar. Me resisto a abrazarlo como una válvula de escape de la enorme presión a la que estamos sometidos como sociedad, aunque acepto que he llorado por esos motivos. ¿Es necesaria tanta presión? Quizás sí, desafortunadamente, dadas las condiciones actuales de nuestros sistemas. Ojalá Usted me desmienta.
No sé qué piense, querido lector, lectora, pero me parece que estamos respondiendo a demandas de vida a veces autoimpuestas, a veces socialmente impuestas; a veces conscientes, a veces inconscientes; pero al final aceptadas y ejercidas.
Pero ¿Qué es poder con todo? Aquí le comparto, me he dado a la tarea de comentar en este artículo lo que creo que es ‘poder con todo’ en el mundo actual. Pero antes de proceder, hagamos un juego: ya sea usted hombre o mujer, vaya tachando, mentalmente mientras lee, las responsabilidades que usted ejerce de forma cotidiana. Venga, juguemos unos minutos. Distráigase.
Poder con todo es ejercer un trabajo de tiempo completo y trabajar horas extras y días inhábiles; estudiar un posgrado o varios diplomados y certificaciones; viajar por asuntos de trabajo; procurar ser bella o bello, vestir y calzar bien, tener cabello, piel, uñas, barba y pestañas bonitas, invertir tiempo y dinero en el salón de belleza y en la compra de ropa y productos de cuidado personal; pagar, equipar, mantener, decorar y limpiar la casa; contratar y pagar servicios; hacer ejercicio; procurar y cultivar relaciones amistosas; asistir a eventos sociales; criar hijos, gozarlos y divertirse, escucharles y educarles; acompañarles en sus tareas, inscribirles y llevarlos a sus actividades artísticas y deportivas; comprarles materiales, ropa, calzado, juguetes; hacer citas médicas, comprar medicamentos, suministrarlos y apapacharles en la enfermedad; limpiarlos o supervisar su aseo personal; informarse y estudiar sobre crianza y relación en pareja.
No se me canse, ya casi acabo. ¿Cómo va esa lista mental?
Planear, repartir y supervisar las tareas domésticas; planear y hacer el mandado, guardarlo y almacenarlo; planear y preparar alimentos, lavar trastes, limpiar cocina, limpiar y depurar refrigerador y alacena; hacer la lavandería, guardar ropa y hacer cambios de clóset por temporadas, ¿usted plancha y remienda ropa?; procurar y mantener una relación de pareja, íntima y significativa; cuidar de los nuestros, de nuestro padre y madre, de nuestros enfermos; atender a los servicios religiosos y acompañar a los críos en su formación y sacramentos (en su caso); elegir y comprar carro, mandarlo a mantenimiento, pagar servicios, placas, seguros, prediales e impuestos; administrar créditos y cuentas bancarias; planear y hacer viajes de vacaciones, hacer muchas maletas, comprar boletos y reservar hotel, comprar lo necesario para el viaje.
¿Le sigo? No olvidemos las mascotas, el voluntariado, el Netflix, las redes sociales, las ventas por catálogo y las sesiones de terapia y, por supuesto, ejercer la ‘obligación’ de conseguirles la felicidad a las personas que nos rodean, eso es ser una buena persona (nos han dicho); pero estoy segura de que este no es su caso, así que espero que no tenga la necesidad de tacharlo.
Ante este “todo” hay algo fundamentalmente importante que he dejado fuera de la enorme lista que le he compartido. Y es que poder con todo implica también contar con una energía mental, física y espiritual potente, efectiva e inagotable... pero es muchas veces ausente, débil o vulnerable. Quizás es por ello por lo que como reza la taza, “primero lloramos” y luego “podemos con todo”, pues no alcanzan los recursos personales, y los sociales son débiles.
¿No será que existe un desbalance brutal entre todo lo que queremos o podemos hacer contra las capacidades y recursos reales con los que contamos?
En mi opinión, los recursos más finitos y comprometidos que tenemos son el tiempo y la energía (mental, física y espiritual). No hay día, ni mes, ni año que alcance para hacer todo. Y nos perdemos en el hacer y no en el ser. Y siempre hay algo que sacrificamos, consciente, o inconscientemente.
Recuerdo que conscientemente dejé fuera de la ecuación mi vida social y familiar extensa, así como el cultivo de amistades, al igual que prácticas sostenidas de autocuidado y la libre administración de mi tiempo. Podríamos decir que “arrendé” mi vida al trabajo, que, para entonces, era una de mis más altas prioridades.
Eso es lo que dejé, siendo consciente de ello. Pero inconscientemente estaba dejando a un lado el disfrute de la vida y de mi familia, la paz interior, la calma para maternar y la capacidad de autoconocimiento y de reinvención, creo que es una tragedia ser una mamá-profesional, harta y cansada, y no creo en el mito de la conciliación autocuidado-trabajo-cuidados domésticos, embebido en nuestro sistema actual, hay mucho que transformar, pero ese es tema para otro artículo.
Ciertamente claro que no quiero poderlo todo, ni es humanamente posible, ni es justo y el costo que se paga es demasiado alto. Queda en la libertad de la consciencia de cada persona hurgar y decidir qué, de todo lo que es importante y necesario, se está dispuesto a elegir y a rechazar y entonces emprender acciones volitivas que nos devuelvan la energía mental, física y espiritual para construir una vida que podamos gozar y disfrutar en lo individual y colectivo sin la necesidad de llorar primero.
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