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No mamá, yo no voy a llorar.

Foto del escritor: Diana ChavarriDiana Chavarri


Mi hija de 17 años es una asidua lectora y tiene aspiraciones de escritora. Ella tenía tiempo queriendo leer algún libro que yo hubiera leído antes para discutirlo y reflexionar juntas. Después de explorar posibilidades di con el libro ideal para ella, para mí, para mi hijo y para mi esposo. Y para todos y todas quienes tenemos contacto con la infancia y la juventud desde un rol dentro de las familias, la escuela, en ámbitos extraescolares, comunitarios, de la salud o de la incidencia pública.


Al saber la temática del libro, ella me preguntó si lloré, le dije que sí, ante ello, su respuesta fue: “no mamá, yo no voy a llorar”. En otra ocasión, muy cercana a la anterior, mi hijo, de 7 años, llegó triste y desencajado de la escuela. Le pregunté el motivo, ante ello, su respuesta “no, mamá, no te quiero contar”. Coincidentemente, esa misma semana mi sobrino, de primaria, había llegado a casa con el cachete enrojecido, su papá le preguntó qué había pasado y ante ello, le dijo: “no, papá, no quiero hablar de eso ahora”.


¿Qué hacemos padres y madres ante una situación en la que se sospecha que pudieran estarle agrediendo en la escuela? Qué dilema. Nos llenamos de miedo e impotencia. Podríamos “sentarlos en el banquillo” y no moverlos de ahí hasta que

hablen de lo ocurrido, motivados por la creencia de que “desconfía de nosotros” o que “nos está desafiando” o que “no nos respeta como autoridad” o que “algo grave está ocultando”.


Pero obligarles a hablar ¿no sería infringir violencia en una relación de poder totalmente desigual y una falta de respeto a sus espacios y voluntad? ¿Y no sería quizás una reacción basada en un patrón motivado por el miedo o por el deber ser? Me debe tener confianza, me debe decir las cosas, no me debe ocultar nada; creo que esos son nuestros diálogos internos en una educación tradicional.


Su Papá optó por darle el espacio y tiempo que requería, reafirmándole su confianza y que estaría disponible y presente para él cuando quisiera hablar del tema. “Invisible”, un best seller escrito por el español Eloy Moreno fue el libro que leyó mi hija, o quizás debo decir, que lloró mi hija. Y del cual mi hijo nos dio lecciones, sin haber tenido la necesidad de leerlo. Las lágrimas que se derraman al leer “Invisible” no solo limpian los ojos, sino que los abren. Y los abren bien grandes ante un fenómeno doloroso e injusto por el que pasan miles de niños y niñas en el mundo.


Y los abren bien grandes para ver no solo las dimensiones y profundidades del acoso escolar, sino de cómo se co-crea y alimenta con silencios e indiferencias de todos y de todas: de la víctima, llena de silencios, vergüenza y miedo; de padres y madres tan ocupados que no ven las pequeñas y grandes manifestaciones ni en la víctima, ni en el perpetrador/a; de docentes que no se quieren meter en problemas; de amigos y amigas que tienen miedo de, que al defender o acusar, se conviertan también en víctimas, de compañeros que o participan infringiendo daño, o son testigos o voltean para otro lado;

del policía escolar, que parece que solo tiene capacidad de abrir y cerrar la reja; de la Directora, preocupada más por el prestigio de la escuela que por detener la violencia.


Pero eso sí, toda la escuela participa en actividades para “salvar al mundo”. De acuerdo con la UNESCO, cerca de un tercio de la infancia y juventud en el mundo sufre de acoso escolar. Hemos fracasado en crear espacios seguros.


Y así, el sistema se alimenta, hasta que un personaje en el libro irrumpe el ciclo y el chico invisible, lo deja de ser. Es fascinante y trágico cómo el autor mezcla la personalidad auténtica con el ego de los personajes. No contaré más, pero querido lector, lectora, debe saber que “Invisible” es leído en más de 500 centros educativos españoles para abordar la problemática.


Sería incongruente con los propósitos de este espacio si permito que mis ideas se queden centradas en la tragedia de este fenómeno. Es mi deseo, por el contrario, incitar a la acción volitiva para que motivemos en la infancia la confianza, el conocimiento y las rutas para actuar. Y para lograrlo con éxito, estamos obligados a informarnos, a actualizar paradigmas y probablemente a modificar profundamente la relación con nuestros hijos e hijas, cuestionando, muy seguramente, las ilusiones y fantasías que como padres y madres hemos heredado o construido alrededor de ellos y ellas. Y sabiendo aceptar con respeto, paz y tranquilidad un “no quiero hablar de ello ahora”.


Para ilustrarnos un poco en el concepto, comparto las lecciones que mi hijo nos dio en casa. “A ver, mamá, en realidad el bullying para que sea bullying debe reunir esto, mira” y sacó una hoja amarilla de su mochila de Mario Bros que lo describía así: a) es

una acción constante, b) es unilateral, c) tiene la intención de hacer daño, humillar, insultar, molestar, d) hay una relación de poder o fuerza desigual y e) a la víctima no le ha sido posible pararlo. Su distrito escolar tiene instalado un sistema muy robusto para la prevención, detección y tratamiento del acoso escolar. El día que llegó desencajado de la escuela fue porque sintió que le hicieron bullying, pero semanas después comentó que un niño lo fastidió ese día, solamente. Le sirvió la hoja amarilla.


Quisiera cerrar esta aportación invitándole a compartir, en el espacio para comentarios que podrá encontrar al calce de estas letras, cómo ha resonado en usted este artículo y qué cree que podría hacer, desde sus propias capacidades, para erradicar ese tipo de violencia. Gracias de antemano por llegar hasta el final y por su interés y su valioso tiempo.

2 Comments

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Guest
Apr 04, 2024
Rated 5 out of 5 stars.

A comprar el libro INVISIBLE🤓

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Guest
Apr 02, 2024
Rated 5 out of 5 stars.

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